Decía un amigo mío que lo que no es conciencia es ignorancia. Y nunca como en nuestros días la ignorancia —un terrible drama fermentado en la mentira— ha engendrado tanto peligro, principalmente por su empeño en revestir de honorabilidad al poder devastad0r que consume la ilusión de millones de seres humanos.
Hemos llegado a tal punto de delirio mental, que hemos dejado que la humanidad sea gobernada mediante teorías sobre el poder y la economía elucubradas por cerebros opacos, que se creen seres excepcionales. ¿Cómo es posible, pues, que ante el avance alarmante de la miseria y de creciente esclavitud en el mundo, las acciones solidarias y caritativas —mal llamadas humanitarias— tengan cada vez menos cabida?
La solución radical hace necesaria una nueva teoría que devuelva a los habitantes de la tierra la parcela de derecho a la vida que les corresponde por el hecho de nacer. Poner un límite a la miseria por abajo impone un límite al enriquecimiento por arriba. Solo hay derechos para unos mientras no se roben los derechos de los otros. Es urgente dotar de un marco de racionalidad al sistema económico mundial que, sin desmotivar ni desincentivar, impida la marginación de los pobres. Esta visión de la economía mundial necesariamente presupone una postura de los individuos y de la sociedad que no todos comparten. Y sin embargo, no puede haber armonía universal mientras se mantengan las brutales desigualdades que dividen a la humanidad en agraciados por la fortuna y en desheredados.
Viene a cuento aquí recordar la serie de artículos que publicó hace unos meses The New York Times sobre el presidente del Banco Santander. El prestigioso periódico neoyorkino presentaba a Emilio Botín como el banquero más influyente de España, con importantes inversiones en Brasil, Gran Bretaña y Estados Unidos. También destacaba el diario norteamericano el ocultamiento por parte de Emilio Botín y su familia de unas cuentas secretas establecidas desde la guerra civil en la banca suiza HSBC. Por lo visto, en las cuentas de tal banco había 2.000 millones de euros que nunca se habían declarado a las autoridades tributarias del Estado español. Parece ser que un empleado despechado de tal banco suizo, decidió publicar los nombres de las personas que depositaban su dinero en dicha entidad, sin nunca declararlo en sus propios países. Había nada menos que 569 españoles, entre los que destacaban nombres muy reconocidos de la vida política y empresarial. Si dicha lista era cierta no lo puedo afirmar, pero algunos de sus nombres han circulado ampliamente por internet. En cualquier caso, es moneda corriente en los medios de comunicación los casos decorrupción en el que se ven inmersas personalidades relevantes sin que nunca, salvo alguna excepción, hayan pagado por ello.
Según la Agencia Tributaria española (AEAT), el 74% del fraude fiscal se centra en estos grupos de gente poderosa, lo que supone un total de 44.000 millones de euros evadidos del tesoro nacional. Esta cantidad, por cierto, representa casi la cifra del déficit de gasto público social de España respecto la media de eurozona (66.000 millones de euros), es decir, el gasto que España debería invertir en su Estado del Bienestar (sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios a personas con dependencia y otros) por el nivel de desarrollo económico que tiene y que no se gasta porque el Estado no recauda tales fondos. Y una de las causas de que no se recaude este dinero se debe precisamente al fraude fiscal realizado por este colectivo de poderosos citados en The New York Times.
Como se puede apreciar, las razones para el pesimismo son elocuentes. Políticos, financieros, empresarios e ilustres apellidos de la burguesía funcionarial aplican todo su empeño en estrujar los recursos económicos de la sociedad en beneficio propio. ¿Cuántos pobres tiene que haber por cada rico? Todo indica que cada día más, ya que la codicia es insaciable. Lo peor de todo es que la gente normal, la de a pie, la que sufre de manera agobiante y en muchos casos traumática las circunstancias de la crisis, parece que ha dejado de confiar en sí misma. Quizá sea porque los españoles llevamos demasiado tiempo confiando nuestro bienestar a los demás; ya desde los lejanos días del general Franco. Estamos educados (autoengañados) en un Estado del Bienestar paternalista, en el que los que mandan cuidan de nosotros y proveen.
Veamos que nos trae 2013. Mucho me temo que más de lo mismo, aunque parece que algo se está moviendo en el fondo del proceloso piélago humano. No solo de pan vive el hombre…, y si no volvemos la mirada al interior de nuestras conciencias, evocando a mi viejo amigo, no me quedará más que confirmar que todo se volverá ignorancia. Y tragedia.
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