Casar de Caceres

10/12/12

Recuérda... me

“… Espero que recuerdes, aunque sea un minuto, lo que fuiste… lo que fuimos y me dediques un gesto, aunque mudo, para entender que continúas conmigo. Lo sabré entender y me ayudará a seguir adelante…”
 Así terminaba la carta que Laly le había escrito a su amado Francisco.
 La depositó en la bandeja, dónde le había preparado el desayuno. Al lado, un sello comprado el día de antes en una antigua Filatelia, no en vano, Francisco había sido buen aficionado al bello arte de coleccionarlos.
Allí esperó sentada en su butaca a que él, su primer gran amor, iniciara el protocolo de todos los días con las tostadas y el café. Sin palabras… Con la mirada perdida en la taza o en la cucharilla… En su mundo de ausencia…
 Una gota de café salpicó el sello y una exclamación, apenas perceptible, hizo que Laly le escudriñara con esperanza. Francisco tomó el sello y se lo llevó al jersey para limpiarlo; lo miró; lo volvió a limpiar y se lo llevó a la cara para notar la caricia en su mejilla… Cogió la carta con ambas manos y, por primera vez en mucho tiempo, pareció que leía. Los ojos bajos siguiendo cada línea… de izquierda a derecha… de derecha a izquierda.
 Paró. Se llevó la carta a los labios y, con los ojos cerrados, la besó. Levantó la mirada, como un niño asustado, buscando los ojos de la mujer. Ojos nublados, inundados de líquido. Parpadeó y las lágrimas comenzaron a fluir…
 Cruce de miradas que reflejaban el inmenso amor que se sentían.
 Tendió su mano hacia ella y le dijo: “Te recuerdo y te amo, ¡te amo tanto!… que me duele tenerte apenas por un instante…”. Un profundo beso selló el reencuentro de los enamorados.
 Segundos de delicada lucidez en meses de silencio. La enfermedad de Francisco les acababa de conceder un breve tiempo de ternura… suficiente para seguir adelante.

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