Casar de Caceres

21/12/13

La edad

Eran los viejos, sí. O eso decíamos. La canción de Jarcha lo decía así: “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra, / y hay dos Españas que guardan aún / el rencor de viejas deudas…” Los viejos, siempre los viejos. Los jóvenes no queríamos desayunar democracia y tener que pagar la cena y la mala digestión de la guerra que algunos no terminaban de hacer en el estómago de su madurez. Los viejos, decíamos. Es verdad que había hombres que mostraban las heridas de la guerra –y no sólo heridas en sus carnes, también en el cuerpo de la humillación- como un vergonzoso tatuaje grabado a tinta de odio por el enemigo que de pronto les amaneció un día. Los viejos, eso decían. Y nosotros, los jóvenes que apurábamos la década de los veinte, no queríamos saber nada de viejas cuentas pendientes, sino que queríamos una plural convivencia, una España grande donde cupieran todas las ideas, siempre que las ideas vinieran desarmadas, no tuviesen querencia de armeros ni estuvieran dispuestas solamente a vivir una nueva edición del ayer. Los viejos, decían. Sí, era cierto, en muchos casos. Conocíamos a algunos viejos izquierdistas que tenían un fósforo en cada yema de sus dedos, dispuestos a quemar iglesias y santos, dispuestos a segar con hoces ya mohosas todo lo que significara sotana, corona, crucifijo, título, riqueza… Y conocíamos a viejos fascistas que cada vez que veían a un chaval con barbas o con ideas amplias, nobles o inteligentes, pensaban en paredones o en nocturnos paseos en camiones, seguros de que todo el mal de España estaba en la idea de libertad, cultura, convivencia de ideas…

 Los viejos, sí. Eso pensábamos entonces. Y decíamos que aquello era un asunto generacional, que en cuanto murieran todos los que habían vivido la guerra o la posguerra los hubiera golpeado con su peor mano, España sería un país abierto, generoso, fraternal. No, no es así. Nos equivocamos. Como quien quema un cañaveral y ve salir, semanas más tarde, puntas de nuevas cañas, así hemos visto cómo salían -¿de qué enterrados rizomas?- nuevos extremistas de un lado y de otro. Pero no extremistas viejos, sino jóvenes de los que nunca pudimos pensar que acabarían así. Me asquean, sean del extremo que sean; me asquean si quieren resucitar a viejos dictadores para nuevos golpes de Estado, como si quieren resucitar incendiarios que acaben, como sea, con todo lo que les huela a derecha. Treinta años dicen que tiene el concejal de IU de Alcalá de Guadaira que ha dicho lo que ha dicho. Ahora que me digan que eso de ser un peligro extremo es cosa de los viejos…

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