
En la antigua Mesopotamia, la familia era una sociedad que tenía como base una monogamia tolerante.
El marido sólo podía tener una esposa legítima, pero la ley le autorizaba a tomar una o varias concubinas a fin de asegurar su descendencia.
El constitutivo formal del matrimonio era una tablilla escrita por el futuro marido en la que constaban los derechos y deberes de la esposa, la cantidad de dinero que percibiría en caso de ser repudiada y el castigo que se le infringiría si era infiel.
Este documento debía ser emitido en presencia de testigos y previo acuerdo con los padres de la novia. El documento iba acompañado de una cantidad de dinero entregada por el novio a su futuro suegro en concepto de dote. La ley sumeria otorga cierta personalidad jurídica a las mujeres casadas. Podían actuar de testigos en un contrato de compraventa, y además podían poseer en propiedad bienes de todo tipo y disponer de ellos ni necesidad de la conformidad del marido.
El marido tenía ciertos derechos sobre la mujer, como el de reducirla a servidumbre en casa de un acreedor exigente como castigo a su infidelidad, o el de venderla por la misma falta.
La esposa también podía ser repudiada por estéril y alejada de la casa del marido, tras haber cobrado la suma establecida en el contrato de matrimonio para el caso de repudio. Las faltas contra el amor y la fidelidad frecuentemente se castigaban con la pena máxima.
La mujer que se negaba a cumplir con el deber conyugal podía, según las leyes, ser arrojada al río, lo que equivalía a la muerte. La que era sorprendida en adulterio podía ser arrojada al río atada al cuerpo de su amante. Sólo su marido podía perdonarle la vida.
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